Esta entrada podría concluir con un simple “Y UNA MIERDA”.
Peeeeeeeeero, como es bien sabido, Hans, a pesar de sus recientemente implementados esfuerzos por no redactar como si lo hiciese en rollos de papel de cocina -y los complementarios de no escribir inglecilidades-, no sería Hans si cayese en semejantes excesos de contención.
La cosa viene al hilo de una conversación con Wendy acerca de los habituales sufrimientos de frío y calor en una caja de cristal de esas, y de cómo su señorito tiene que tener en su despacho una sombrilla para no estar permanentemente deslumbrado –y no precisamente por la indudable belleza de Wendy-.
Ello ha traído a mi memoria el comentario de otra amiga, que dice que se va de donde trabaja –un trabajo que le gusta y le divierte- por varios motivos; entre otros, porque no le gusta estar más de tres años en un sitio, y lleva cuatro y medio; pero también, y es motivo no menos importante, porque su trabajo, que antes realizaba en un edificio en el centro de la ciudad, le obliga ahora a desplazarse cada día a encerrarse en un cubículo en un maldito polígono industrial. Otro edificio inteligente en que las ventanas NO se pueden abrir.
También me ha llevado a pensar en el supuesto “edificio inteligente” que para desgracia del universo alberga la sede –el domicilio social- de cierta compañía que conozco bien.
“Edificio espabiladillo” sería ya demasiado decir. Lo perpetró el arquitecto –un artista, oiga- hace pongamos siete años. Grandes áreas despejadas en edificio rehabilitado –en parte- y construidos sobre un solar imposible –en otra-, dotados del garaje peor concebido de la historia. Un genio, el gerentillo que lo contrató y permutó la entrada con otro (el supuesto “tonto”, a la postre el listo, desde luego) para construir la rampita.
A lo que iba, el arquitecto olvidó el pequeño detalle de que estaba diseñando un sitio para trabajar, no una sala de exposiciones ni un congelador industrial postmoderno de proporciones ciclópeas y en varias plantas. No había un enchufe (paredes al exterior de cristal de suelo a techo), las salidas de climatización estaban TODAS donde no debían… cuando las había: medio edificio carecía de ellas.
El sistema de climatización (con planta de cogeneración) funciona el 50% de los días. El otro 50% va a ser que no (por motivos incomprensibles). Naturalmente, el ático, donde está la sala de Consejo en planta diáfana, todo cristalera alrededor sobre una zona de bonitos tejados antiguos en un 60%, es absolutamente congeladora en invierno y torrante en verano, y de día deslumbra en todos los casos. Un portátil ahí genera lesiones irreversibles en los ojos, sin duda.
Las fotos, eso sí, que sacaron del interior con el edificio –vacío- son estupendas, esplendorosas. Luego, al poner mesas, tratar de cerrar algún despacho (las cosas de que se habla por ahí no son para ser escuchadas) Espero que los fantasmas de Ludwig Mies van der Rohe y Walter Gropius persigan al torpe de arquitecto hasta el fin de sus días. Por mamón e incompetente.
Pero NADIE ha cogido al individuo y le ha dado una colleja.
Y me ha recordado un fantástico libro de Tom Wolfe, que antes de escribir novelas escribía interesantísimos artículos, cuasi ensayos. Uno de ellos es Quién teme al Bauhaus Feroz. El arquitecto como mandarín (Anagrama, 1982). Vaya por delante que soy un enamorado de Bauhaus como escuela arquitectónica, como modeladora de una idea de diseño que me apasiona, y que me encanta la arquitectura moderna, contemporánea. Hablo de otra cosa.
Dice Wolfe:
La relación del arquitecto con el cliente (…) la encuentro hoy asombrosamente excéntrica y rayana en la perversión. En el pasado, los que encargaban los palacios, catedrales, teatros de ópera, bibliotecas, universidades, museos, ministerios, terrazas columnadas y villas con alas no vacilaban en transformar estos edificios en imágenes de su propia gloria. Napoleón quería transformar París en la Roma de los Césares, pero con música estridente y mucho más mármol (…). Alva Vanderbilt contrato a (...) Richard Morris Hunt para que le proyectara una reproducción del Petit Trianon en Newport, y él lo hizo de muy buena gana (…) Desde 1945, nuestros plutócratas, burócratas, presidentes de consejos de administración, funcionarios de cultura, patrocinadores, contratistas y rectores de universidad sufrieron una mutación inexplicable. Se volvieron tímidos y vacilantes. De golpe, todos estaban dispuestos a recibir ese vaso de agua fría en la cara, esa reprimenda a la esterilidad del propio espíritu burgués, esa implacable bofetada en la boca que se ha llamado arquitectura moderna.
Peeeeeeeeero, como es bien sabido, Hans, a pesar de sus recientemente implementados esfuerzos por no redactar como si lo hiciese en rollos de papel de cocina -y los complementarios de no escribir inglecilidades-, no sería Hans si cayese en semejantes excesos de contención.
La cosa viene al hilo de una conversación con Wendy acerca de los habituales sufrimientos de frío y calor en una caja de cristal de esas, y de cómo su señorito tiene que tener en su despacho una sombrilla para no estar permanentemente deslumbrado –y no precisamente por la indudable belleza de Wendy-.
Ello ha traído a mi memoria el comentario de otra amiga, que dice que se va de donde trabaja –un trabajo que le gusta y le divierte- por varios motivos; entre otros, porque no le gusta estar más de tres años en un sitio, y lleva cuatro y medio; pero también, y es motivo no menos importante, porque su trabajo, que antes realizaba en un edificio en el centro de la ciudad, le obliga ahora a desplazarse cada día a encerrarse en un cubículo en un maldito polígono industrial. Otro edificio inteligente en que las ventanas NO se pueden abrir.
También me ha llevado a pensar en el supuesto “edificio inteligente” que para desgracia del universo alberga la sede –el domicilio social- de cierta compañía que conozco bien.
“Edificio espabiladillo” sería ya demasiado decir. Lo perpetró el arquitecto –un artista, oiga- hace pongamos siete años. Grandes áreas despejadas en edificio rehabilitado –en parte- y construidos sobre un solar imposible –en otra-, dotados del garaje peor concebido de la historia. Un genio, el gerentillo que lo contrató y permutó la entrada con otro (el supuesto “tonto”, a la postre el listo, desde luego) para construir la rampita.
A lo que iba, el arquitecto olvidó el pequeño detalle de que estaba diseñando un sitio para trabajar, no una sala de exposiciones ni un congelador industrial postmoderno de proporciones ciclópeas y en varias plantas. No había un enchufe (paredes al exterior de cristal de suelo a techo), las salidas de climatización estaban TODAS donde no debían… cuando las había: medio edificio carecía de ellas.
El sistema de climatización (con planta de cogeneración) funciona el 50% de los días. El otro 50% va a ser que no (por motivos incomprensibles). Naturalmente, el ático, donde está la sala de Consejo en planta diáfana, todo cristalera alrededor sobre una zona de bonitos tejados antiguos en un 60%, es absolutamente congeladora en invierno y torrante en verano, y de día deslumbra en todos los casos. Un portátil ahí genera lesiones irreversibles en los ojos, sin duda.
Las fotos, eso sí, que sacaron del interior con el edificio –vacío- son estupendas, esplendorosas. Luego, al poner mesas, tratar de cerrar algún despacho (las cosas de que se habla por ahí no son para ser escuchadas) Espero que los fantasmas de Ludwig Mies van der Rohe y Walter Gropius persigan al torpe de arquitecto hasta el fin de sus días. Por mamón e incompetente.
Pero NADIE ha cogido al individuo y le ha dado una colleja.
Y me ha recordado un fantástico libro de Tom Wolfe, que antes de escribir novelas escribía interesantísimos artículos, cuasi ensayos. Uno de ellos es Quién teme al Bauhaus Feroz. El arquitecto como mandarín (Anagrama, 1982). Vaya por delante que soy un enamorado de Bauhaus como escuela arquitectónica, como modeladora de una idea de diseño que me apasiona, y que me encanta la arquitectura moderna, contemporánea. Hablo de otra cosa.
Dice Wolfe:
La relación del arquitecto con el cliente (…) la encuentro hoy asombrosamente excéntrica y rayana en la perversión. En el pasado, los que encargaban los palacios, catedrales, teatros de ópera, bibliotecas, universidades, museos, ministerios, terrazas columnadas y villas con alas no vacilaban en transformar estos edificios en imágenes de su propia gloria. Napoleón quería transformar París en la Roma de los Césares, pero con música estridente y mucho más mármol (…). Alva Vanderbilt contrato a (...) Richard Morris Hunt para que le proyectara una reproducción del Petit Trianon en Newport, y él lo hizo de muy buena gana (…) Desde 1945, nuestros plutócratas, burócratas, presidentes de consejos de administración, funcionarios de cultura, patrocinadores, contratistas y rectores de universidad sufrieron una mutación inexplicable. Se volvieron tímidos y vacilantes. De golpe, todos estaban dispuestos a recibir ese vaso de agua fría en la cara, esa reprimenda a la esterilidad del propio espíritu burgués, esa implacable bofetada en la boca que se ha llamado arquitectura moderna.
Y Dios me libre de pretender que nadie haga pastiches neoclásicos. Los aborrezco. Sólo bastaría con que alguien pusiera coto a determinados excesos de algunos soi dissant artistas. Y por favor: que se abran las ventanas (aunque la zona en que se ubique la ventana en cuestión quede inmediata y perfectamente aislada, precintada casi, mientras se ventila, oh turpérrima pretensión, tan poco moderna), que se permita que la luz del sol entre en los despachos, a pesar de que tan peregrina imposición imposibilite la instalación de un segundo muro yuxtapuesto al paramento, construido, eso sí, en hormigón lavado revestido de piezas -protéicas- de hierro oxidado, reflejo de la imparable degradación de la sociedad urbana del siglo XXI. O algo así.
9 comentarios:
Parece que la tendencia cada vez más acusada de juzgar por la forma más que por el contenido, está produciendo monstruos. Los edificios cada vez son más "chachi-guays-de-la-muerte" pero no son nada funcionales. Todo sea por dar imagen de modernidad al exterior. Un asco. Trabajo en uno que se construyo el año pasado, no te digo más. Imagínate el resto...
Mataría por una ventana...
Se nota que los arquitectos son una profesión clasista y pija (eis, sin generalizar...) pero si no, ¿cómo se explica que crean compatible con los derechos humanos pretender que una persona gaste cada día de 8 a 11 horas en un p. cubículo de 2x2 m sin luz natural y con un chorro de aire acondicionado en el colodrillo?
Mucha sala de reuniones con lucernaria, mucho despacho ejecutivo en plan mínimal, pero el perraje aparcao y acosado térmicamente.
Y ese punto suyo de perdurar, trascender.
Pues sí, perduran y trascienden, en el recuerdo de todos los que sufren sus genialidades.
Eis, sin generalizar (ya lo dije?).
Mañana empiezo en mi nuevo edificio y mira lo que dicen de él: "En su construcción se ha minimizado el impacto acústico del exterior y se ha maximizado el ahorro de energía con pantallas solares y una cortina metálica exterior en sus fachadas este y oeste, así como la utilización de excedentes de energía de unas zonas del edificio a otras. Por estas y otras características este edificio puede considerarse como el primer edificio de oficinas sostenible de Madrid" ¿Me acojono?
Por cierto, no limites la extenión Hansiatica.
Muy buena tu observación sobre la inteligencia de ciertos edificios. No te olvides que esta característica está íntimamente relacionada con la "inteligencia" de quien los construye.
En comparación a esos cubículos yo no puedo quejarme. Tengo un muy buen acceso a la cochera, ascensores excelentes y muy buena luz natural. Los despachos son amplios, tal vez más de lo que necesito, y todos al exterior con ventanas batientes amplísimas. Quienes se llegan hasta aquí nos envidian por el silencio, solo invadido por la música. No está mal, a decir verdad, si no fuera por la cercanía al "protestódromo", es decir las inmediaciones de la Casa de Gobierno y todo lo que ello implica.
No es un edificio inteligente, desde luego. Pero sí tiene rasgos neuranales propios que hacen que a veces se encapriche en matarnos de calor o frío, según se le antoje a las torres de enfriamiento y climatización. Por caso, ahora, bien se podría hacer un huevo frito sobre los cristales. Pese a ello es una buena unidad y estoy por mimar un poco a la oficina con un cambio de revestimientos, pintura y otros acondicionamientos. Su semi inteligencia se verá retroalimentada y espero que nos devuelva la gentileza.
"extenión Hansiatica." ¿Qué es
esto?
Mi jefe queda deslumbrado por mi belleza natural...menos cuando voy de Cujo que me evita.
Lo mejor es eso de los espacios diáfanos, donde acabas hasta el gorro de los murmullos y de "MariPaqui" que llama a su chica para que lleve a los niños a equitación.
Sólo diré que en mi último viaje tuvo voz y voto mi compañera.
La propuesta de Exagerada es mi idea de un despacho. Algo asi como las empresas de programadores de Silicon Valley, pero con camisas menos estridentes y menos obesidad mórbida. Una mesa camilla y un bingo doméstico. Y una botella de Ojén, of course.
En todo caso, creo que a los arquitectos - salvo raras excepciones - habría que colgarlos de los pulgares o pasarlos por la quilla de algún velero.
La extensión Hansiática es la longitud habitual de los textos de Hans.
Ventanas? Eso se come?
En mi despacho no hay ventanas. Bueno, hay windows, pero eso es para otra cosa. Al menos tengo una puerta que se cierra.
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