Cuando España -o más bien los barrios residenciales de sus ciudades- empezó a repoblarse de adosados (AKA endosados), la gente no fue del todo consciente de que lo único que se estaba reproduciendo era el modelo tradicional de vivienda popular británica, las semidetached houses, término que el Padre Pérez (mi profesor de inglés de los trece años) traducía como "casas semiseparadas".
Estos últimos días he asistido a dos semidetached partys, la primera de las cuales fue una cosa como muy. (Si, eso es un punto final).
Tal primera semidetached party tuvo como objeto celebrar el cumple de mi amigo V., del que ya hablé en algún momento; sí, ése que tiene una novia siberiana (still unknown, por cierto). Y la llamo semidetached, porque consistió en que V. y otro amigo suyo (a quien llamaremos A.) "cerraron" (vid infra) un bar para celebrar sus cuarenta años. Pero lo cerraron mal, me temo. En efecto, se trataba de determinado garito en "La Zona" de Zaragotham que al parecer es cliente de A., y que se caracteriza por tener, justo en el centro, una barra elíptica, como una espina central que recorre del frente al fondo el local, y que es circunvalable. Así las cosas, lo que sucedía es que en el lado izquierdo del local había una fiesta con unos invitados y unas viandas, y en el derecho otra fiesta, otros invitados (y entre ellos la Vieja Guardia, MBO y yo), y otras viandas (btw, peores. Creo que la empresa de catering son también clientes de A.).
La cosa no merecería mayor comentario (simplemente, que fue una fiesta malucha: música ratonera, poca gente desconocida-y-aparentemente-interesante, NordicShit para los gin-tonics, tinto infamante de ígnoto origen. Y no hablo de denominación de origen, hablo simplemente de % de uva en su composición) si no fuese porque como he dicho, aparte de la separación longitudinal de festejos, lo cierto es que no cerraron bien el bar, de manera que cada tanto aparecían unos cuantos fulanitos-clientes-ajenos-a-los-festejos, echaban una ojeada y hacían una razzia alimenticia rodeando tooooooda la barra y catando manjares aquí, allá y acullá. Felicísimos, oiga. Había una elementa de unos veinte, muy siniestrogótica, que esbozaba una sonrisa de placer (terrorífica, os lo juro, la sonrisa) mientras engullía mediasnoches free para reforzar debidamente sus mollas. Nosotros no les dijimos nada, no iba con nosotros, pero temo que cuando el próximo week end vuelvan al lugar de van a ver muy decepcionados de que no les den canapés por la cara.
La segunda fiesta partida lo ha sido por razones cronológicas: la del cumple de UPFM. La parte uno de la semiseparación consistió en que el viernes MBO y yo pasamos la tarde en el Club del Colegio, donde UPFM había decidido celebrar no precisamente en la intimidad su décimo-segundo cumpleaños con tooooooooooooda su clase y parte de su equipo de basket (no son colectivos exactamente coincidentes) pastoreando preadolescentes. Total, unos 27 prepúberes. En rigor, diré que los niños no tuvieron culpa alguna de que MBO empezásemos a beber cerveza a las 18.00 (cosa que no hacemos jamás) ni de que a las 20.30 tuviésemos en la mano un gin-tonic (lamentablemente, de aberrante Tónica Finley, perdón, Nordic). No. Fue el ambiente circundante y la constatación del hecho de que hay MUCHOS padres que consideran normal irse al Club del Colegio de sus hijos a pasar la tarde del viernes, y no forzosamente porque sus hijos estén ahí. Alucinante. De verdad, la realidad supera siempre a la ficción. Como la pequeña escultura, muy Sci-Fi, que uno de sus enamorados le regaló a UPFM. El amor no lleva aparejado el buen gusto, y mucho menos a los doce. Pobre chaval.
La parte cronológica dos de la semidetached party de UPFM fue que ayer domingo vino la Gran Famiglia a casa. Pobre MBO, se pegó tooooooooda la mañana, seis horas, guisando exquisiteces mientras el imbécil de su marido (que coincide que soy yo) se iba a "ensayar con su amigote" (el concierto es dentro de dos semanas y el finde que viene no estamos. Nos vamos a vivir The Big Chill a Cuenca, pero eso será objeto de entrada independiente). Cuando todos se hubieron ido, yo recogí y fregué las copas, pero el mal ya estaba hecho: este finde no hemos descasando NADA DE NADA (y MBO menos, claro). Ay. Y qué semana me espera (otra vez)
4 comentarios:
Los intrusos festivos son una especie en expansión.
demasiada familia, juas!!
Ay, Tónica Finley, ¡qué recuerdos! Me gustaba la tipografía del logo. Esto me ha hecho acordarme del hombre de la tónica, el francés aquel. Qué bueno que hubiese un hombre de la tónica: era justo y necesario.
Suscribo las palabras de "gachas". Nunca he sido de tónica, pero creo que toda la parafernalia en torno a Finley debería haber sido protegida por la Unesco hace tiempo.
Muy dura (por lo real del asunto) su descripción de esa voraz neogótica, Herr Hans.
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