30 septiembre, 2005
Informática y manada.
Tomo café habitualmente a mitad de mañana con un par de amigos informáticos ellos, A. y D.. En los últimos tiempos, acude también el joven L., estudiante en prácticas con ellos dos, a quien, entre los tres, ilustramos sobre cómo funcionan ciertos aspectos de funcionamiento del mundo real. Tierno él, 23 añitos, haciendo el proyecto fin de carrera. Buen chico. Muy buen chico. Otro rato explicaré cómo le mostramos la excelencia de los huevos-rotos-con-jarra-de-cerveza-de-un-viernes-cualquiera-por-la-mañana, para que pudiese hacerse a la idea de que envejecer puede tener flancos ventajosos.
Esta mañana, sin embargo, he quedado sólo con D. Podrías decir que D. es una especie de self-made man, economista, que ha llegado de puro rebote al departamento de informática de cierta compañía, donde -me consta- se le tiene en gran consideración. Es un tipo que estando en la Facultad hizo mil negocios, ha pasado por bastantes empresas de las que se ha largado, básicamente, por aburrimiento. Es joven, y naturalmente también -de modo ocasional- he de ilustrarle sobre ciertos aspectos del mundo real. Todavía me hago cruces en cuanto a que haya recalado ahí -y siga-, pero supongo que está harto de tumbos, y le compensa la razonable estabilidad de su biotopo laboral actual.
Café con D., pues. Nos sentamos enfrentados en un velador, y queda justo a sus seis horas, y por tanto enfrente de mí, una joven de belleza rara: twenty-something, grandes ojos verdes, labios angelinajoliestyle (salvando las distancias), visage nature (ni un gramo de make-up),una melenita à la garçonne apenas estudiada (juás): no es una súper-belleza, pero tiene ese punto que, de algún modo, hace difícil dejar de mirarla. Lleva un top negro que luce bastante bien. Se lo cuento a D, más o menos en el tono que te cuento: nada de miradas lujuriosas, nada de exhabruptos cro-magnon (que por otra parte no son de mi estilo para nada). Juramentos de D. por su mala ubicación y tal. Todo, en tono muy medido.
En la mesa de la chica en cuestión (mesa de funcionarios: cuando hemos llegado estaban ya, y la mesa estaba llena de tazas agotadas; cuando nos vayamos, seguirán ahí) hay sentado un joven-treintaytantos-camisetaroja-vaqueros-deportivasdetontito(c)Dwalks-alopeciaincipiente-perillita, que ve como miro a la chica.
Se nota ebullir las hormonas, el macho alfa del grupo (en la citada mesa hay como seis chicas y otro tipo además de éste, el "ofendido") se revuelve, se siente agredido, celoso de que alguien se fije en una de "sus hembras". !Me mira mal, el individuo! (alucino, pues es evidente que la chica no es "su chica", pero es que además nada en mi actitud es diferente de la mera curiosidad, o, como mucho, la admiración curiosa de la belleza). Se lo digo a D.
D. se vuelve, mira, remueve el fondo de su taza de nuevo. "Dudo que si se tuviese que escribir nuestra programación como hombres en código máquina ocupase más de cien líneas de código. También es cierto que no creo que la British entera pudiese contener el correspondiente a las chicas".
Asiento. Nos levantamos, pago, nos vamos.
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3 comentarios:
Instintiva, esa tendencia de los machos a mear en las esquinas...
;-))
Hans, Hans....
Perdona que tarde tanto en contestar tus amables posts dejados en mi ratonera....
Pos no sé si es instintiva... lo que si que sé es que es bastante patética :-D.
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