27 agosto, 2008

Una de Pérez- Reverte

De todos es conocido mi aprecio por A. P.-R. y por la mayor parte de su obra; creo que ya tengo dicho que los domingos mi lectura de periódicos suele iniciarse por la de su columna en El Semanal del Oregon's Herald. Algún amiguete periodista me dijo alguna vez que, a título personal, es una persona poco conveniente. No juzgo a la persona, no le conozco. Sólo pondero su obra, y lo que he visto de ella (que es todo lo que tiene forma de libro y un porcentaje importante de sus artículos de prensa) me satisface. En particular, coincido bastante con su visión de La Patria, de mis compatriotas y de los políticos. Y con alguna cosa más. Por ejemplo, con la reflejada en este texto que tomo de Dura Lex). Me he permitido remarcar en negrita los puntos a mi juicio más relevantes del asunto. Sólo puedo lamentar que A. P.-R. haya dejado de tocar lo nauseabundo de la manipulación política que los nazionanistas hacen del problema del lenguaje (problema que no existe en la calle), ni refiere el desperdicio de recursos que supone primar artificialmente el uso -y la enseñanza forzada- de los idiomas diferenciales, ni la discriminación funcionarial -en las oposiciones para acceso de médicos a Osakidetza, el servicio vasco de salud, puntúa más saber batúa que ser Doctor en Medicina; fuente, aquí- .

Pero bueno, todo esto es menor: mi pesimismo general en cuanto a las cosas de la Patria, a la peor calidad de la cosa pública globalmente considerada, mi abominación por que respecta al Estado de las Autonomías se vuelve más y más gris cuando veo la que se viene encima económicamente hablando. Y encima, en manos de esta colección. Oh, Dios mio...


Mi propio manifiesto (I). Por Arturo Pérez Reverte


A ciertos amigos les ha extrañado que el arriba firmante, que presume de cazar solo, se adhiriese al Manifiesto de la Lengua Común. Y no me sorprende. Nunca antes firmé manifiesto alguno. Cuando leí éste por primera vez, ya publicado, ni siquiera me satisfizo cómo estaba escrito. Pero era el que había, y yo estaba de acuerdo en lo sustancial. Así que mandé mi firma. Otros lo hicieron, y ha sido instructivo comprobar cómo en la movida posterior algún ilustre se ha retractado de modo más bien rastrero. Ése no es mi caso: sostengo lo que firmé. No porque estime que el manifiesto consiga nada, claro. Lo hice porque lo creí mi obligación. Por fastidiar, más que nada. Y en eso sigo.


No es verdad que en España corra peligro la lengua castellana, conocida como español en todo el mundo. Al contrario. En el País Vasco, Galicia y Cataluña, la gente se relaciona con normalidad en dos idiomas. Basta con observar lo que los libreros de allí, nacionalistas o no, tienen en los escaparates. O viajar por los Estados Unidos con las orejas limpias. El español, lengua potente, se come el mundo sin pelar. Quien no lo domine, allá él. No sólo pierde una herramienta admirable, sino también cuanto ese idioma dejó en la memoria escrita de la Humanidad. Reducirlo todo a mero símbolo de imposición nacional sobre lenguas minoritarias es hacer excesivo honor al nacionalismo extremo español, tan analfabeto como el autonómico. Esta lengua es universal, enorme, generosa, compartida por razas diversas mucho más allá de las catetas reducciones chauvinistas.


La cuestión es otra. Firmé porque estoy harto de cagaditas de rata en el arroz. Detesto cualquier nacionalismo radical: lo mismo el de arriba España que el de viva mi pueblo y su patrona. Durante toda mi vida he viajado y leído libros. También vi llenarse muchas fosas comunes a causa del fanatismo, la incultura y la ruindad. En mis novelas históricas intento siempre, con humor o amargura, devolver las cosas a su sitio y centrarme donde debo: en el torpe, cruel y desconcertado ser humano. Pero hay un nacionalismo en el que milito sin complejos: el de la lengua que comparto, no sólo con los españoles, sino con 450 millones de personas capaces, si se lo proponen, de leer el Quijote en su escritura original. Amo esa lengua-nación con pasión extrema. Cuando me hicieron académico de la RAE acepté batirme por ella cuando fuera necesario. Y eso hago ahora. Que se mueran los feos.


Quien afirme que el bilingüismo es normal en las autonomías españolas con lengua propia, miente por la gola. La calle es bilingüe, por supuesto. Ahí no hay problemas de convivencia, porque la gente no es imbécil ni malvada, ni tiene la poca vergüenza de nuestra clase política. La Administración, la Sanidad, la Educación, son otra cosa. En algunos lugares no se puede escolarizar a los niños también en lengua española. Ojo. No digo escolarizar sólo en lengua española, sino en un sistema equilibrado. Bilingüe. Ocurre, además, que todo ciudadano español necesita allí el idioma local para ejercer ciertos derechos sin exponerse a una multa, una desatención o un insulto. Métanse en una página de Internet de la Generalidad sin saber catalán, por ejemplo. De cumplirse el propósito nacionalista, quien dentro de un par de generaciones pretenda moverse en instancias oficiales por todo el territorio español, deberá apañárselas en cuatro idiomas como mínimo. Eso es un disparate. Según la Constitución, que está por encima de estatutos y de pasteleos, cualquier español tiene derecho a usar la lengua que desee, pero sólo está obligado a conocer una: el castellano. Lengua común por una razón práctica: en España la hablamos todos. Las otras, no. Son respetabilísimas, pero no comunes. Serán sólo locales, autonómicas o como queramos llamarlas, mientras los países o naciones que las hablan no consigan su independencia. Cuando eso ocurra, cualquier español tendrá la obligación, la necesidad y el gusto, supongo, de conocerlas si viaja o se instala allí. En el extranjero. Pero todavía no es el caso.


Y aquí me tienen. Desestabilizando la cohesión social. Fanático de la lengua del Imperio, ya saben. Tufillo franquista: esa palabra clave, vademécum de los golfos y los imbéciles. La puta España del amigo Rubianes. Etcétera. Así que hoy, con su permiso, yo también me cisco en las patrias grandes y en las chicas, en las lenguas –incluida la mía– y en las banderas, sean las que sean, cuando se usan como camuflaje de la poca vergüenza. Porque no es la lengua, naturalmente. Ése es el pretexto. De lo que se trata es de adoctrinar a las nuevas generaciones en la mezquindad de la parcelita. Léanse los libros de texto, maldita sea. Algunos incluso están en español. Lo que más revienta son dos cosas: que nos tomen por tontos, y la peña de golfos que, por simple toma y daca, les sigue la corriente. Pero de ellos hablaremos la semana que viene.

9 comentarios:

Ángel dijo...

Estoy de acuerdo. Con Pérez Reverte y lo que usted opina del mismo. Me entretienen sus libros y me gustan sus artículos a calzón quitao, por la calle de en medio y al que no le guste que se joda y arree. En una ocasión escribió uno sobre uno bastante atinado sobre un pobre que solía pedir limosna frente a El Corte Inglés de Callao, en Madrid.

Por lo demás, nadie me lo ha puesto a parir, pero asistí a una conferencia que dio en la universidad en mis años mozos de estudiante de periodismo y me pareció un perfecto gilipollas, un engreído. Es probable que ahora no me lo pareciera, pero es que entonces tenía más orgullo. Una pena.

Creo que es la primera vez que comentó dos post suyos en el mismo día… La vuelta se está haciendo muy dura.

Hans dijo...

Dura Vita Est, sobre todo cuando se regresa de vacaciones (no puede V. hacerte idea de lo que está siendo pa' mí).
Por cierto, tendríamos que hablar V. y yo, Don Ángel, que me gustaría preguntarle unas cositas...

marqués dijo...

“No hay seres más peligrosos que los que han sufrido por una creencia: los grandes perseguidores se reclutan entre los mártires a los que no se ha cortado la cabeza”. EMC.

Por ahí parece que van los tiros, en estar tan convencidos de algo que se convierten en “intransigentes ideológicos”. Con lo bien que viene a veces un poco de indiferencia. La distancia (en km.) ayuda...

Un poco revolucionado el post, no?

A cuidarse,

Hans dijo...

Apreciado MARQUÉS, no me cabe la menor duda en cuanto a que estar alejado de la Patria en estos tiempos es una terapia sensacional. Y la cita de Cioran viene, ciertamente, al pelo.

Ros dijo...

A mí tanto Javier Marías como Pérez Reverte me encantan, como seres humanos al opinar en sus columnas y como profesionales, tanto en la faceta periodística como en la de autores. NO puedo ir en contra, si es que me puede... eso sí echo de menos al pérez reverte del principio. A nivel personal me imagino que como todo el mundo... tendremos amigos y no amigos, no se puede gustar a todo el mundo y sería de idiotas pretenderlo...

Tamaruca dijo...

A mí me encanta cómo escribe, para qué negarlo. Leo todo lo que de él pueda caer en mis manos, aunque a veces sus opiniones me pongan de mal humor. Y ya puestos a confesar, reconozco que prefiero un engreído que una falsa modestia.

En este caso concreto estoy bastante de acuerdo con él. Cuando estuve trabajando en Barcelona, tuve que dejar mis clases de alemán porque me coincidían con las de catalán (me las exigían en la empresa) y, francamente, me molestó bastante. Y eso que yo soy una enamorada de la lengua catalana, que conste.

Todavía no he visitado las playas del Ebro; no tengo vergüenza ni orgullo patrio ni nada de nada.

Hans dijo...

HALO, a mí también me gusta lo que escribe A. P.-R. (si echas un ojo por el bló verás varias referencias al asunto). La reflexión sobre su personalidad no es significativa (de hecho, no tengo opinión propia pues no le conozco personalmente)
TAMARUCA, cuando vengas a Zaragotham nos tomamos un zumo de naranja en el lugar ;-D

Anónimo dijo...

Pérez Reverte narra como el culo, dios qué mal escribee, pero es muy eficaz en sus artículos periodísticos.

Hay uno, "Limpia, fija y da esplendor", sobre la ortografía castellana que es genial. A mis alumnos les encanta.

Hans dijo...

Martina, querida: te sugiero leas una entrada mía de 21 abril 2006 que se llama el Pintor de Batallas.
Besos.