08 noviembre, 2005

Un güíken cualquiera (Hans as a single father)

MBO y Hans llevan una temporadita de trabajo que ni para sus peores enemigos desearían. Así las cosas, y con un catarro de grado seis en la escala de Richter, MBO se vio obligada a efectuar diversos desplazamientos por la hispana geografía a lo largo de la pasada semana, rematando con unas maniobras que habían de tener lugar el viernes y el sábado en esa ciudad que dicen ellos que también existe. Fortunately, “se” regresaría el sábado.

Así pues, MBO tomó el automóvil en la mañana del viernes y se fue p’al sureste, cosa que aproveché yo para experimentar cómo se siente una madre trabajadora standard; vamos: hasta el culo de trabajo en el trabajo de fuera de casa, y hasta el culo de trabajo de casa en casa. Niñas: sois las grandes estafadas de la Historia, que lo sepáis (yo ya lo sabía, ojo, pero ha de recalcarse).

Los fines de año y los preveranos son para mí especialmente estresantes. Es como si todo el mundo, frente a la cesura temporal de unas vacaciones o un cambio de dígito, sufriese un a modo de retortijón mental. Ése es el contexto de trabajo.

En cuanto al Home front, me encontraba:
- Con que UPMM está de nuevo severamente adolescente: en síntesis, que no hay Dior (Christian) que le aguante;
- con que las UP’s femeninas han decidido tirar por la vía deportiva (ya entenderéis por qué lo digo);
- con que era imprescindible hacer la compra de productos frescos en volumen suficiente para dar cobertura a este centro de alta densidad poblacional que es Domus Hansis.

Bien.

Hans concluyó con sus dedicaciones laborales mañaneras –iniciadas a las 08.00- a las 16.30, constatando que UPFm debía ser recogida a las 17.30. Llevé mis trajes de verano (it was time!) al tinte, transporté una caja de vino del coche al trastero, hice la compra de carnes, comí. Bueno, comí... en realidad, el Quarterpounder no me lo comí: me lo disparé en la boca; la coke light me la inyecté en vena. Tiempo total de almuerzo, siete minutos (cronometrado).

Con la lengua fuera llegué a la parada de UPFm, profiriendo por lo bajini los juramentos preceptivos, pues, efectivamente, el bus apareció cuando lo tuvo a bien. Enganché a UPFm (llamémosle, en lo sucesivo, B, que va a ser más sintético) y me la llevé a comprar los hojaldritos -o cosa parecida- de tous les vendredis. Regresé al hogar, preparé la merienda y me fui a organizar no recuerdo qué. En ocho minutos que falté, la dulce B. había conseguido:

- transformar su hojaldre-con-chocolate en el trasunto de un personaje de Star Trek que no se hubiese corporeizado adecuadamente después de un teletransporte de Scotty. A tal fin, B. se había servido del hábil procedimiento de ponerlo cinco minutos o así en el microondas (¿Onda, corpúsculo? Da igual: ahora, carbón), y
- tratar de camuflar el efecto de su perniciosa actitud mediante abundantes kleenex.

En fin: abronqué someramente, abrí la ventana, fregué el microondas –mal, según como me hizo ver al día siguiente MBO que es mucho más cuidadosa- y traté de resolver el entuerto.

Llegó UPMM (llamémosle, en lo sucesivo, J, por la ya citada deseable sinteticidad). Diversos mumbles adolescentes de contenido ininteligible. Abandoné por el momento el intento de comunicación –tenía prisa- y me fui a la compra de verduras. Me acerqué al Rincón del Gourmet del Corte Inglés y compré alguna pijada (y el Dehesa La Granja 1999, tempranillo 100%, que había probado en Madrid, del que os hablé el otro día, y que en casa me decepcionó. Snif).

Volví a casa a todos gas, para la cosa de la cena, y me encontré con E., su protoesposa y otro amigo. E. fue compañero mío cuando ambos dábamos (impartíamos) clase en la Facultad. Él fue listo –o más bien, tuvo la paciencia y el aguante necesarios-, se quedó, mutó en profesor titular y acto seguido se fue bien lejos (“Al Boss que le aguante quien lo tenga por conveniente”) de Zaragotham con un “destino especial” de esos buenos, buenos. Como va a casar con joven extranjera, vinieron a casa y nos bebimos algo de tinto; la progenie se comió en el mientras tanto la pizza king size que les tenía comprometida. Mis amigos se fueron relativamente rápido, y yo me quedé fregando copas, claro.

Al día siguiente me tuve que levantar (a las 07.15, JODER, JODER) porque UPFM (en lo sucesivo, M, etc.) tenía partido a las 08.30. La llevé. Ví el partido (afortunadamente, era de basket). Ganaron. Volví a casa. Verifiqué el último tramo de abastos (la cosa más de supermercado normal). Recogí a B. La llevé a su propio partido de si misma. También de basket. Perdieron (o, como más exactamente le dijo a su madre luego: “No hemos perdido, mamá: nos han machacado!”).

Después de comer hube de llevar a M. a casa de sus abuelos (que coincide que son mis padres) y a B. a casa de una amiga.

Y por fin, a las 21.30, nos fuimos MBO y yo al concierto de Elliot Murphy, que comentaré en otro lugar. En definitiva: salvando el ratito del vino del viernes, el primer momento en que hice algo realmente apetecible tuvo lugar por la noche del sábado. Vamos, que me sentí totalmente mujer.

4 comentarios:

Wendyqueridaluzdemivida dijo...

"a las 07.15, JODER, JODER" esto lo digo yo a las 6:45 por que ya tengo que tener un pie en la calle y habitualmente lo tengo en la cocina...y luego los 100 metros lisos. Que vida de estres, ¿no?

Hans dijo...

Precisamente es eso lo que quería decir, Wendy. Ni más ni menos. (en todo caso, recuerda que seguramente un SÁBADO por la mañana un@ no se levanta tan pronto)

Xurri dijo...

Pos sí, Hans, a eso huelen las nubes... :-D

Hans dijo...

Será gamberra la* Xurri? ;-D

* La utilización del artículo es un homenaje a la esencia catalana de mi querida co-bloggera Xurri. En castellano es absolutamente inaceptable. En catalán es sustancial. Y es que ya se sabe, el catalán de Hans en la intimidad es canela fina. O "asín".