
Día I. Sábado, 15, marzo de 2008.- Después de una noche agitada (urgencia de un equipaje sin concluir, qué me llevo, qué me llevo) me levanto de un bote, percibiendo un desaforado aroma a plástico quemado. A MBO, buscando la excelencia organizadora, se le ha ido la mano con un cacharrete
al baño maría, pero no pasa nada. Justo después de comer, salimos -en bus: urghs!- hacia Madrid, hacia la T4. Este su anfitrión, pelín provinciano, aún no había volado desde dicho lugar, gloria de la aeroportuaria patria. Previamente, dejamos a las niñas estacionadas y predirigidas hacia sus respectivos destinos de semanasanta (sic). Salimos. Volar desde MAD en lugar de hacerlo desde Zaragotham es un coñazo que comprende los tiempos perdidos debidos al tacógrafo del chófer portador ZAZ-MAD. Al fin, y siendo las 24.00, despegamos. Aterrizaremos en Moscú-DOMODEDOVO como cinco horas más tarde, es decir, a las 07.00 del domingo hora local, más o menos, para seguidamente tomar un Tupolev 154 (momentos de mucho miedo: la gloriosa aviación civil soviética periclita a toda hostia, generando una relación inversamente proporcional entre sus antiguos logros proletarios y su actual peligro aeronáutico) hacia San Petersburgo. Es nuestra primera aproximación a las esencias de la Madre Rusia. O no: previamente, en Domodedovo, hemos comprobado que es imposible conseguir la optimización capitalista del café, c'est-a-dire: en habiendo cinco tías al otro lado de la barra, una supervisa el cobro, otra cobra, otra supervisa el manejo de la cafetera (medio de producción antiguamente colectivizado, hoy perteneciente a una franquicia, pero, al fin y a la postre, es lo mismo), otra maneja dicha cafetera y otra divide lo que produce ésta última entre dos tazas y le añade leche para generar capuccinos: dos cada tres minutos. Los pasteles de frutas, infames. Que no os mientan, fijo que los melocotones y las frambuesas de las pastas de hojaldre de Domodedovo se criaron en huertos al lado de Chernobil. Y, si no, lo cierto es que les sobran toneladas de azúcar radiactiva en todo caso.

Día II.- Domingo, 16, Marzo de 2008.- Como digo, hemos aterrizado en Domodedovo y volamos a San Petersburgo. Yo es que no paso miedo en los aviones, sean estos los que fueren, pero MBO señala que preferiría no volver a experimentar la turbia sensación que produce la
flaccidez de las butacas soviéticas. Bueno: tomamos en San Petersburgo en un aeropuerto lleno de pistas rebosantes de helicópteros de dos palas de esos que salpican mi imaginario de la Guerra Fría y de una nevada no menos engarzada en dicho imaginario. Estamos, naturalmente, pulverizados, de modo que MBO se va a descansar. Entre tanto, almorzaré en el buffet del Hotel, asumiendo desde ese momento que, del mismo modo que viene habiendo dos Españas, hay dos Rusias. Al menos. Y una de ellas comprende buffets con trios de Jazz y caviar a volonté. Una vez concluyo mi copa de champagne recojo a MBO y nos vamos de visita. Como quiera que la temperatura va descendiendo a velocidad de vértigo, opto por recomendar a mi niña que se compre un morrión
de húsar que en los próximos días va a ser muy prestacional. Aderezada con su largo abrigo rojo, la Leona va a ser la más hermosa de las turistas que visiten San Petersburgo y Moscú esta Semana Santa, a pesar de que vaya acompañada de un tipo con poderoso chaquetón de cuero, gorro de forro polar 'gris-gasolinero' y guantes 'Stalingrado 1942' igualmente contundentes. En esta primera tarde descubriremos lo que es el arte ruso del XVIII, con la Iglesia de la Sangre Derramada (que es ésta de la foto a la izquierda), frente a cuya fachada veremos una manifestación monárquica con los correspondientes estandartes blancos, negros y amarillos. Y es que, señores, en la Rusia del 2008 hay permanentes reinvindicaciones monárquicas (cuando no estalinistas, glups!) y los templos están hasta arriba de gente que ora con el debido recogimiento y respeto.



Día IV.- Martes, 18, Marzo de 2008.- A estas alturas del viaje, MBO y yo estamos orondos. Estos viajes organizados se caracterizan por sobrenutrir al Santísimo Advenimiento; juntando esto con circunstancias precedentes, Hans empieza a pensar que se verá obligado a desmontar un mito a su regreso a Zaragotham (esto tiene que ver con las conversaciones con Dwalks). En fin: desayunos con diez clases diferentes de miel, cincuenta tipos de pastelillos, ahumados innúmeros, una especie de Sekt ruso (muy digno) y casi cualquier cosa que a uno se le pueda pasar por la cabeza. Hoy, Palacio Yussupov. Conocía de residencias con embarcadero, y aún con helipuerto, pero no se me alcanza qué puede tener uno en su casa más allá de un teatro con sus palquitos y todo, con tanta profundidad de escenario cuanta longitud de patio. Alucinante. Por no hablar de una biblioteca que, a no dudar, coincide con Mi Biblioteca Ideal (mayúsculas no casuales). El Palacio luce también unas escenas de la liquidación de Rasputín a base de figuras de cera, de mucho lucimiento y bastante arcada (es lo que tiene la cosa Tussaud's). Por la tarde (reverencia y arrodillamiento) visita al
Hermitage. Probablemente, sólo vistar ese museo justifica una visita a Las Rusias, o, más precisamente, a San Petersburgo. Digo esto porque MBO sostiene que esta última ciudad sí le gusta, pero Moscú no: nada. La Leona le tiene cierta aversión a las ciudades desaforadas: Moscú, Berlín... y sin embargo, gusta de Londres o NYC. Es curioso, pero también tiene su lógica. No es un asunto de enormidad. Es una cuestión de inasibilidad, de tensión ambiental aguda, que se produce en aquellas pero no en estas dos últimas. A mí, sin embargo, siguen resultandome sugerentes, pero lo que no son es hermosas.

En fin, no hablo del Hermitage. La colección es espeluznante, tremebunda, inconmensurable. Reconozco que no soy nada original, pero siempre he pensado que los grandes museos, y en especial las grandes pinacotecas, deben visitarse a tiro hecho, es decir, seleccionar 'algo' y olvidarse de todo lo demás. Lo jodido en el Hermitage es que todo lo demás es una cantidad desaforada de maravillas. Digamos que es asunto a considerar que la colección de Impresionistas que se disfruta en él -que era nuestro tiro hecho- está a la altura del Musée d'Orsay (podéis jurarlo), y no menos importante es el hecho de que está constituida por las dos colecciones de sendos comerciantes que en 1917 la 'cedieron' gustosamente a los soviets a cambio de salir con vida de Rusia. Tres tipos, oiga, que se lo habían comprado directamente, en muchos casos, a los propios artistas antes de concluir el siglo XIX. Alucinante. Un saludo a Serguei Schukin y a los hermanos Mijail e Ivan Morozov por su aguda visión... y su generosidad revolucionaria.
Día V.- Miércoles, 19 de marzo de 2008.- Este será nuestro último día en San Petersburgo, y visitaremos la Fortaleza de Pedro y Pablo, donde están sepultados tooooodos, toditos los Zares
de la Dinastía Romanov, y ad lateres de cierto nivel; muy de destacar la destrucción del mito de Anastassia; me alegré de que UPFm no estuviese en la visita. Para compensar tanto desafuero mítico-imperial, recorrimos el Aurora, a pesar de los compañeros de viaje, que no tenían interés alguno en visitar tan espirituoso lugar... compañeros que, por otra parte, dormitaron a pierna suelta entre que, después de visitar un museo de instrumentos musicales impresionante, un cuarteto de cámara nos amenizara el post almuerzo con material tan agradable como poco exigente (Kleine Nacht Musik y cosas así). Pero, desde luego, qué bien se toca en Rusia. Vale para estos chicos, vale para la arpista de los desayunos, vale para el pianista de Jazz que nos acompañó en alguna cena. El nivel de los músicos es sensacional. En fin: esa noche tomamos el transiberiano, o, para ser más rigurosos, el Krásnaya Strelá ( Flecha Roja). Pero eso, y la visita de Moscú, será contado en su momento...
